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Laura Montero

TEMA Y CONTEXTO ARTÍSTICO

Mi idea nace del hogar, de la fragilidad que se encuentra en el interior de esas cuatro paredes, de cómo a pesar del empeño que pone el hombre en construir casas y espacios cada vez más grandes, duros y sólidos es increíblemente fácil ser invadido. Ese hogar deja de ser un hogar y se transforma en una prisión de la que no hay manera de escapar, e incluso de cómo algunos seres se alimentan de otros hasta que aquel del que viven deja de servir; la necesidad y las exigencias de uno han puesto fin a la vida del otro.




Por el nombre de parásito es cómo se conoce a estos seres que sobreviven a través de otro, hacen del cuerpo del anfitrión su hogar, nacen, crecen, se reproducen, mueren, se alimentan y defecan en el cuerpo de su huésped, y después lo hacen enfermar hasta matarlo, esta es la diferencia que tiene este fenómeno con el resto de simbiosis: la muerte. Sin embargo, ¿es realmente el parásito el único culpable? ¿o es esclavo de su condición? ¿se debe perdonar su vida ya que no tiene la culpa de haber nacido así? Si observamos detenidamente las situaciones en las que se dan enseguida nos daremos cuenta de que no son más que un reflejo del abandono, el descuido o la desidia que sufre el anfitrión. Sucede lo mismo que con un edificio, si no se cuida o no está bien construido con el tiempo tendrá goteras y humedades. El parasitismo es una simbiosis entre dos especies, la más pequeña invade el cuerpo de la otra, curiosamente este cuerpo es conocido tanto por el nombre de “anfitrión” como “huésped”, dos palabras totalmente contrarias que en este contexto de la biología significan exactamente lo mismo: el hogar del parásito. Ya no son cuatro paredes, ahora el cuerpo se transforma en hogar, solo que no es el nuestro, es el del otro. A partir de aquí me empieza a interesar el nido, un espacio construido por los progenitores para cuidar a la cría y mantenerla a salvo, e incluso mantenerse a salvo y refugiar sus propios cuerpos. Asociamos la idea de nido a las aves, como si fueran los únicos que crean estos espacios, cuando una larga lista de mamíferos, arácnidos, reptiles, mamíferos, insectos, etc, acarrean esta tarea. Incluso los humanos tenemos nido, de hormigón armado y pladur, que pintamos de rosa o azul,(qué osadía, incluso nos atrevemos a elegir el color que va a definir sus primeros años de vida en base a algo tan carente de significado como lo es su sexo biológico), cuando nos enteramos de que alguien nuevo va a sumarse a la familia: un bebé.

En la maternidad podemos ver un símil entre el parasitismo y el feto, conforme el embrión se desarrolla la madre empieza a notar una serie de cambios en su cuerpo: vómitos, náuseas, fatiga, irritabilidad, hinchazón, etc. Sin embargo, todo esto solo dura hasta el momento del parto, momento en el cual la madre siente de forma instintiva (el poco instinto que conservan los humanos) una necesidad real de proteger a su cría, a la cual todavía no conoce pero ya ama. Aquí también se puede observar otra diferencia que tienen los hombres con los demás animales, y es un período de crianza excesivamente largo y una mayor protección a la cría, lo cual se debe probablemente a la mayor cantidad de recursos que hemos desarrollado a través de los siglos, también porque nuestras crías son dependientes mucho más tiempo que el resto de animales. Sin embargo, otras especies no tienen la misma suerte y se ven obligadas a abandonar a sus bebés por diversos motivos. Otra diferencia con el humano es que cuando él abandona a su cría no siempre es por falta de recursos sino por egoísmo y dejadez. La desidia y el abandono hace que aparezcan nuestras goteras, y esta historia va de cómo el tiempo las tapa solas.


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